31 de julio de 2012

APOSTOLES DE LOS ULTIMOS TIEMPOS

Todas las apariciones de la Santísima Virgen son consecuencia del amor de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Como toda manifestación de Dios, cada aparición tiene un propósito específico; ciertamente que la presencia de la Santísima Virgen va encaminada a nuestra salvación al recordarnos el camino que nos dejó señalado nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, cada manifestación tiene, dentro de este fin genérico de salvación, un objetivo concreto y bien definido.
Por tanto, las apariciones de la Santísima Virgen, las verdaderas, las auténticas, las que vienen de Dios, tienen un propósito específico que se deja adivinar por una serie de elementos que las distinguen de las demás, ya sea el contenido de sus mensajes, ya sea el lugar donde se llevan a cabo, ya sea por las prendas que aparecen en su vestimenta, ya sea por el número de apariciones que hubo o por la advocación con la que se aparece, etc.
En este sentido, en las apariciones de la Virgen en la Salette y en Fátima ya se habla de un llamado a los apóstoles de los Últimos Tiempos.
En la parte conducente del mensaje en la Salette se lee lo siguiente:
“Yo dirijo un apremiante llamado a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo que reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre; llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me han consagrado a fin de que los conduzca a mi divino Hijo, a los que llevo, por decirlo así, en mis brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente, llamo a apóstoles de los Últimos Tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, que han vivido en el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento  y desconocidos del mundo. Ya es hora que salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos como hijos queridos míos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en esos días de infortunio. Que vuestro celo os haga hambrientos de la gloria de Dios y de la honra de Jesucristo. Pelead, hijos de la luz, vosotros, pequeño número que ahí veis; pues he aquí el Tiempo de los Tiempos, el Fin de los Fines.”.
La principal vidente de la Salette, la pastorcita Melania, tuvo una visión que la Santísima Virgen le mostró sobre estos apóstoles:
“… en otras partes yo vi a los apóstoles de los Últimos Tiempos. Se trataba de hombres libres, de jóvenes, que no sintiéndose llamados al sacerdocio, aunque deseando abrazar la vida cristiana, trabajaban empeñosamente en su propia santificación y en la salvación de las almas. Eran muy celosos de la gloria de Dios. Estos discípulos estaban junto a los enfermos que no querían confesarse; estaban en las reuniones públicas, las asambleas sectarias, y he aquí que estos ángeles terrestres trataban por todos los medios imaginables de convertirlos, de conducirlos a Dios, de salvar esas pobre almas, cada una de las cuales tiene el valor de la sangre de Jesucristo, loco de amor por nosotros… Había también mujeres que sin atreverse a pronunciar votos de religión, deseaban servir al buen Dios, trabajar por su salvación y llevar una vida retirada del mundo, tanto los hombres como la mujeres hacían esta promesa a la Santísima Virgen: Darse a Ella, y darle, para las almas del purgatorio y a favor de la conversión de los pecadores, todas sus oraciones, todas sus penitencias, en una palabra, todas sus obras meritorias.”(León Blois “La que Llora”. Mundo Moderno, Buenos Aires, 1947).
Por su parte, la Virgen en Fátima el 13 de octubre de 1917, dijo entre otras cosas, lo siguiente:
“Yo llamo a todos los verdaderos imitadores de mi Hijo Jesucristo, a todos los verdaderamente cristianos, a los apóstoles de los Últimos Tiempos. El Tiempo de los Tiempos llega y el Fin de los Fines si la humanidad no se convierte y si esta conversión no viene de lo alto, de los dirigentes del mundo y de la Iglesia.”.
Hemos querido citar estos textos de la Salette y de Fátima para darnos cuenta que desde el principio de la era mariana, con las apariciones del siglo XIX y principios del XX existe este llamado de la Santísima Virgen a los apóstoles de estos tiempos; incluso la Virgen de la Salette le pidió a Melania que se constituyera la “Orden de la Madre de Dios de los Apóstoles de los Últimos Tiempos”, pero Satanás y algunos pastores de la Iglesia – cegados por el mismo demonio – lucharon a brazo partido para impedir que se cumpliera la voluntad de Dios, o por lo menos, que se cumpliera tal y como lo mandó la Virgen en la Salette.
Así mismo, la Santísima Virgen a través del sacerdote Esteban Gobbi, habló también de los apóstoles de los Últimos Tiempos:
“Como apóstoles de los Últimos Tiempos, deben anunciar con valentía las verdades de la fe católica, proclamar el Evangelio con fuerza, desenmascarar con decisión las herejías peligrosas, que se disfrazan de verdades para engañar mejor las mentes y de este modo alejar de la fe un gran número de fieles.”. (8 de junio de 1991).
San Luis María Grignion de Monfort
Todo este plan de salvación para la Iglesia por medio de la Santísima Virgen y con el auxilio de los apóstoles de este tiempo, fue proféticamente anunciado a principios del siglo XVIII por Luis María Grignion de Monfort. De sus obras se desprende con claridad la misión de María Santísima en estos tiempos a través de estos apóstoles.
Dice San Luis María Grignion de Monfort:
“María ha producido, junto con el Espíritu Santo, la cosa más grande que ha existido y existirá jamás (…): un Dios hombre. Y Ella producirá consecuentemente las cosas mayores que se darán en los Últimos Tiempos: la formación y la educación de grandes santos que existirán hasta el fin del mundo.”  (no. 35).
Más adelante dice el santo Luis María: “…porque el Altísimo y su santa Madre formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos. Estas grandes almas llenas de gracia y fervor, serán elegidas para enfrentarse con los enemigos de Dios, los cuales descargarán su furia por todas partes. Estas almas serán especialmente devotas a nuestras Señora, iluminadas por su luz, fructificadas por su alimento y guiadas por su espíritu, sostenida por su brazo y cobijadas por su protección. Lucharán derrocando y aplastando a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades… a través de su palabra y su ejemplo atraerán a todo el mundo a la verdadera devoción a María.”.
Para entender con más claridad la función de estos apóstoles, el  libro del Génesis nos dice que Satanás pondrá asechanzas al talón de María“… Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tus descendientes y los de ella. Y tú le asecharás el calcañar y ella te aplastará la cabeza.” (3, 15). El talón o calcañar de nuestra Señora al que se hace alusión lo constituyen los humildes servidores e hijos que Ella suscitará para luchar por su causa y la de Dios; estos son los apóstoles de estos tiempos y que Grignion de Monfort dice que serán “pobres según el mundo, rebajados y humildes delante de todos; hollados y oprimidos como el talón respecto a los demás miembros, pero ricos en gracia de Dios que María distribuirá copiosamente entre ellos; grandes y excelsos en santidad delante del Señor, superiores a los demás por su celo ardoroso, los cuales, apoyados en el socorro divino, en unión con María y humildes cual otro talón, aplastarán al demonio con todas sus huestes y harán triunfar la causa de Jesucristo.” (no. 54).
Grignion de Monfort sigue diciendo que estos discípulos de Jesucristo serán hogueras ardientes que propagarán por todas partes el fuego del amor divino…; serán hijos de Leví bien purificados con el fuego de grandes tribulaciones y bien unidos a Dios, portadores de su amor en el corazón, que mantendrán encendido con el incienso de la oración de su espíritu y con la mirra de la mortificación de su cuerpo…”. (no. 56).
Estos hombres y mujeres que María irá formando por encargo del Altísimo, “esparcirán la palabra de Dios y la vida eterna, tronarán contra el pecado, vocearán contra el mundo, atacarán de frente al demonio y sus secuaces e irán de una parte a otra, en son de vida o de muerte, con la espada de dos filos de la palabra de Dios…” (no. 57).
Serán los verdaderos apóstoles de los Últimos Tiempos – dice Grignion de Monfort – a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesaria para realizar maravillas, que caminarán tras las huellas de pobreza, humildad, desprecio del mundo y caridad, enseñando el camino estrecho de Dios con la pura verdad conforme al Evangelio y no con las máximas del mundo… llevando en su boca la palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte de la cruz, en la mano derecha el crucifijo; en la izquierda el Rosario; en el corazón los Sagrados corazones de Jesús y de María y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.” (no. 59).
 La presencia de María Santísima en este tiempo es pues un misterio dentro del plan salvífico de Dios, y en sus apariciones nos anima, entre otras cosas, a caminar por la senda de la salvación y a protegernos con su manto en estos tiempos de confusión; pero específicamente viene a preparar a la humanidad para el triunfo de su hijo Jesucristo y de Su reino. Para lograr este propósito, la Santísima Virgen hace un llamado a hombres y mujeres que estén dispuestos a librar contra Satanás y sus ejércitos del mal la batalla de los Últimos Tiempos, apóstoles que se han venido preparando en estos últimos años en diversas manifestaciones y apostolados para  formar parte de una nueva estirpe de cristianos verdaderos, semilla digna de las futuras generaciones que poblarán la tierra y que habrán de adorar a Dios por sobre todas las cosas, pero entrenados sobrenaturalmente para dar la gran batalla de la restitución final.
Estos apóstoles no son otros sino aquellos que buscan cumplir ese llamado de Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mt 5, 48).
Para lograr este propósito, la Santísima Virgen en sus mensajes deja establecido un plan de entrega y crecimiento espiritual para alcanzar esa santidad que, como dijo San Luis María Grignion de Monfort, “sobrepasarán a la mayoría de los otros santos, como los cedros del Líbano exceden a los pequeños arbustos”; este plan de crecimiento está encaminado a alcanzar la plenitud o perfección del hombre y consiste en lo siguiente:
  1. imitar a Jesucristo nuestro Señor;
  2. llevar una vida disciplinada en la oración; por la mañana, al mediodía, por la tarde y concluyendo el día con el rezo del Santo Rosario;
  3. ayuno frecuente;
  4. abstinencia de carne los días viernes;
  5. llevar una vida de alegría sin fin proporcionada por la gracia de Dios pese a la cruz y el sufrimiento;
  6. tener una disposición amplia a la penitencia y al sacrificio;
  7. hacerse partícipes de la purificación de la humanidad mediante la mortificación de los sentidos;
  8. frecuencia de sacramentos especialmente el de la eucaristía que deberá de recibirse de manera íntima e intensa;
  9. llevar un apostolado firme, constante y diligente.

Conforme avance el reloj de la historia en este tiempo la lucha que el demonio está librando en contra de María y los hijos de María se hará más terrible, pues el demonio, sabedor que le queda poco tiempo para perder a las almas, redobla sus esfuerzos y ataques… pero Cristo triunfará y María aplastará con su talón la cabeza de la serpiente, y serán sus apóstoles los que coadyuvarán a hacer realidad en la tierra en plenitud el reino de Cristo sobre todos y sobre todas las cosas, a fin de que Él sea servido, adorado y glorificado.
¿Quizá algún lector está llamado a ser apóstol de estos tiempos? Probablemente sí, pues es el tiempo de la hora del seglar, la hora del laico, quien sintiendo en su corazón el llamado de Dios a su servicio por mediación de María Santísima, han sido escogidos para librar la gran batalla de estos Últimos Tiempos que Satanás ha desatado en contra del reinado de Jesucristo. Que esta gracia de María Santísima y la misión que encomienda a cada uno de estos apóstoles, contribuya aumentar la fe, fortalecer la paciencia y fomentar la esperanza, porque a pesar de la Gran Tribulación que se avecinan y de la oscuridad que invadirá a la Iglesia, la realidad de las cosas es que Cristo nuestro Señor vencerá y se convertirá en Rey de reyes y Señor de señores, y premiará espléndidamente a todos aquellos que permanezcan firmes y perseverantes hasta el fin.
“Y todo aquél que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno – en esta vida – y heredará la vida eterna.” (Mt 19, 29).
A estos apóstoles fieles de María Santísima en estos tiempos, por la misma dificultad de la perseverancia en la fe y por el difícil crecimiento espiritual, le está reservado grandes premios que Dios nuestro Señor está presto a recompensar - como se lee en el libro del Apocalipsis -a los vencedores de cada una de las  siete Iglesias:
“Al que venciere será llamado vencedor y gozará del Árbol de la Vida que está en el centro del paraíso de Dios.” (Apoc 2, 7).
Al que venciere se le dará un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe.” (Apoc 2, 18).
Al que venciere se le entregará el lucero de la mañana, esto es, Cristo mismo.” (Apoc 2, 28).
“Al que venciere, Cristo se le declarará por ellos delante de su Padre y de todos sus ángeles.” (Apoc 4, 5).
“Al que venciere Cristo le dará el poder sobre las naciones.” (Apoc 2, 26).
“Al que venciere, será revestido con vestiduras blancas y brillará como el sol en el reino de su Padre.” (Apoc 4, 5).
Al que venciere se le hará columna en el santuario de Dios, del que no saldrá ya jamás.” (Apoc 4, 2).
Al que venciere Cristo le grabará en su frente el nombre de Dios, de la ciudad de Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo enviada por Dios y el nombre nuevo de Jesucristo, el verbo del Padre, el amén del Padre.”
Y finalmente,
Al que venciere, Cristo lo sentará en su trono, como Él también venció y se sentó con su Padre en su trono.” (Apoc 4, 21).
El que tenga oídos, oiga lo que el espíritu dice a las Iglesias.

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21 de julio de 2012

VIDA DE LA VIRGEN MARIA

El evangelista San Lucas, que conocía de cerca a la Santísima Virgen María, anotó de Sus labios algunos acontecimientos importantes relacionados con Sus primeros años de vida. Dice la tradición que él, médico y pintor, también confeccionó un retrato, de la Santísima Virgen, que luego fue copiado por posteriores pintores.

El Nacimiento de la Santísima Virgen María

Cuando llegó el tiempo del nacimiento del Salvador del mundo, vivía en la ciudad de Galilea Nazaret, un descendiente del rey David, Joaquín, con su esposa Ana. Ambos eran personas devotas y conocidas por su humildad y misericordia. Alcanzaron la vejez sin tener hijos. Esto los apenaba mucho. A pesar de su avanzada edad no cesaban de pedirle a Dios que les enviara un vástago e hicieron la promesa de consagrarlo al servicio de Dios si se le concedía esa gracia. En aquel tiempo el no tener hijos era considerado un castigo de Dios por pecados cometidos. En especial, a Joaquín se le hacía muy difícil aceptar la falta de hijos, porque según las profecías, el Mesías Cristo iba a pertenecer a la casa de David (a la que él pertenecía). Por su paciencia y por su fe, el Señor les otorgó, a Joaquín y a Ana una gran alegría: finalmente engendraron una hija. La llamaron María, que en hebreo significa: "Señora, Esperanza, Doncella"

Presentación en el Templo:

Cuando la Virgen María cumplió tres años, sus devotos padres se prepararon a cumplir su promesa: la llevaron al templo de Jerusalén para consagrarla a Dios. María se quedó a vivir junto al templo. Allí, junto con otras niñas, estudiaba Religión y tareas manuales, rezaba y leía las Sagradas Escrituras. La Santísima Virgen María vivió allí alrededor de once años y creció signada por una profunda devoción y obediencia a Dios, extraordinariamente humilde y laboriosa. Deseando servir solamente a Dios, hizo la promesa de no contraer matrimonio y quedar para siempre Virgen.

La Santísima Virgen María con José:

Los ancianos Joaquín y Ana no vivieron mucho tiempo y la Virgen María quedó huérfana. Cuando cumplió catorce años y por ley no podía quedarse más junto al templo, se vio en la necesidad de casarse. El sumosacerdote conocía Su promesa y para no violar la ley de matrimonio, la desposó formalmente con un pariente lejano, José, un anciano viudo de ochenta años. Éste se comprometió a cuidarla y a preservar Su virginidad. José vivía en la ciudad de Nazaret y también pertenecía a la casa de David. No era un hombre rico y trabajaba como carpintero. De su primer matrimonio, José tenía cuatro hijos: Judas, Osías, Simón y Jacobo que se mencionan en los Evangelios como "hermanos" de Jesús. La Santísima Virgen María llevó en la casa de José la misma vida humilde y recatada que había tenido antes.

La Anunciación:

Al sexto mes después de la aparición del Arcángel Gabriel a Zacarías con el anuncio del nacimiento del profeta San Juan Bautista, el mismo Arcángel fue enviado por Dios a la ciudad de Nazaret a la Santísima Virgen María para hacerle llegar la alegre noticia de que el Señor La había elegido para que se convierta en la Madre del Salvador del Mundo. El Ángel apareció y Le dijo: "Alégrate, Bienaventurada María, llena eres de gracia, el Señor está contigo. Bendita Tú eres entre todas las mujeres." María se turbó ante estas palabras del Ángel, preguntándose qué significaría ese saludo. El Ángel continuó diciéndole: "No temas, María, pues has hallado gracia cerca de Dios. Concebirás en tu seno y parirás un hijo y lo llamarás Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo y su reino no tendrá fin." María, confundida, le preguntó al Ángel: "¿Cómo será esto, porque no conozco varón?"

El Ángel le respondió que esto se producirá por la fuerza del Dios Todopoderoso."El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y la virtud del Altísimo te hará sombra, por lo cual, también lo Santo que nacerá será llamado Hijo de Dios. Y he aquí que Elizabet, tu parienta, también ella concebirá a un hijo en su vejez porque ninguna cosa es imposible para Dios." Entonces, María dijo con humildad: "Soy sirvienta de Dios. Hágase en mí, según tu palabra." Y el Arcángel Gabriel se alejó de Ella.

Visita a su prima Santa Isabel:

La Santísima Virgen María habiendo oído del Ángel que su parienta Elizabet, esposa del sacerdote Zacarías, iba a engendrar a un hijo, se apresuró a visitarla. Al entrar a la casa de Zacarías saludó a Elizabet. Cuando oyó la salutación de María, Elizabet recibió al Espíritu Santo y se enteró de que María se hizo digna de convertirse en la Madre de Dios. Exclamó en voz alta y dijo: "Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito, el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí, que la Madre de mi Señor venga a mí?"

La Santísima Virgen María, contestando a las palabras de Elizabet, glorificó a Dios de esta manera: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegró en Dios, mi Salvador, porque ha mirado a la bajeza de su esclava porque he aquí que, desde ahora, me dirán Bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso y santo es Su nombre, y Su misericordia, de generación a generación, le llega a los que Le temen." La Virgen María se quedó con Elizabet alrededor de tres meses y después retornó a su casa en Nazaret.

Dios le anunció también al justo anciano José, el pronto nacimiento del Salvador, de la Santísima Virgen María. El Ángel de Dios se le apareció en un sueño y le reveló que María dará a luz a un hijo por obra del Espíritu Santo, como lo había anunciado el Señor Dios por intermedio del profeta Isaías (7:14) y ordenó llamarlo Jesús porque "Él salvará al género humano de sus pecados" (Jehová en hebreo significa Salvador).

Posteriores relatos evangélicos mencionan a la Virgen María con relación a acontecimientos vinculados a la vida de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Así, hay referencias a Ella en el nacimiento de Cristo en Belén y después en la circuncisión, en la adoración de los Reyes Magos de Oriente, en la presentación en el templo a los cuarenta días, en la huida a Egipto, en la radicación en Nazaret, en el viaje a Jerusalén durante la fiesta de Pascua (a los doce años de Jesús) y así sucesivamente. No vamos a referir aquí a estos acontecimientos en forma detallada. No obstante hay que destacar que, aunque los relatos evangélicos sobre la Virgen María sean breves, le dan al lector una clara noción de la gran altura moral de la Virgen María: de Su humildad, de Su profunda fe, Su paciencia, Su valentía y Su sumisión a la voluntad de Dios, Su amor y entrega a Su Hijo Divino. Nosotros nos damos cuenta por qué se hizo digna, según las palabras del Ángel, de "obtener la gracia de Dios."

El primer milagro producido por Jesucristo en las bodas de Caná de Galilea nos muestra claramente a la Virgen María como Intercesora ante Su Hijo por todos los hombres que se encuentran en dificultades. Habiendo notado la falta de vino durante la fiesta, la Santísima Virgen se lo hizo saber a Su Hijo, quien le respondió evasivamente: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora." Ella no se turbó por esta parcial negativa ya que estaba segura de que Su Hijo no iba a desatender Su pedido y les dijo a los sirvientes: "Haced todo lo que Él os diga." Estas palabras revelan una preocupación compasiva de la Madre de Dios ya que muestran la intención de que la obra iniciada por Ella tenga una resolución favorable. En efecto, Su mediación no fue infructuosa y Jesucristo realizó aquí Su primer milagro, sacando de una situación delicada a gente pobre, después de lo cual "Sus discípulos creyeron en Él" (San Juan 2:11).

En sucesivos relatos, el Evangelio nos traza la imagen de una Virgen María siempre preocupada por Su Hijo, que Lo acompañaba en sus peregrinaciones, que venía a Él en distintas situaciones difíciles y se preocupaba por la preparación de Su tranquilidad y descanso domésticos, con los cuales Él nunca estaba de acuerdo. Finalmente, la vemos sumida en una indescriptible tristeza junto a la cruz de Su Hijo crucificado, atenta a Sus últimas palabras y recomendaciones y al encargo a San Juan Evangelista de atenderla y cuidarla. No sale de los labios de Ella ni una sola palabra de reproche o de desesperación. Ella se entrega totalmente a la voluntad de Dios.

También se La menciona brevemente en el libro de los Hechos de los Santos Apóstoles cuando, en el día de Pentecostés, descendió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego sobre Ella y los Apóstoles. Cuenta la Tradición que, después de este suceso, Ella vivió 10-20 años más. El Apóstol Juan, el Evangelista, La acogió en su casa con enorme bondad y se ocupó de Ella hasta Su muerte como lo hubiera un hijo verdadero y cumplió con el mandato del Señor Jesucristo. Cuando la fe cristiana se extendió a otros países, numerosos creyentes cristianos empezaron a venir de lugares lejanos para verla y escucharla. A partir de ese momento, la Santísima Virgen María se convirtió, para todos los discípulos de Cristo, en una Madre para todos y un elevado ejemplo a ser imitado.

La Dormición:

Aconteció una vez que la Santísima Virgen María se encontraba orando en el Monte de Eleón (cerca de Jerusalén) cuando se le apareció el Arcángel Gabriel con una rama de palma del Paraíso en sus manos y le comunicó que en tres días su vida terrenal iba a llegar a su fin y que el Señor se La llevará consigo. El Señor dispuso que, para ese entonces, los Apóstoles de distintos países se reunieran en Jerusalén. En el momento del deceso, una luz extraordinaria iluminó la habitación en la cual yacía la Virgen María. Apareció el propio Jesucristo, rodeado de Ángeles y tomó Su purísima alma. Los Apóstoles enterraron el purísimo cuerpo de la Madre de Dios, de acuerdo a Su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardín de Getsemaní, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de Sus padres y el de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros. Con sólo tocar el lecho de la Madre de Dios, los ciegos recobraban la vista, los demonios eran alejados y cualquier enfermedad se curaba.

Tres días después del entierro de la Madre de Dios, llegó a Jerusalén el Apóstol Tomás que no pudo arribar a tiempo. Se entristeció mucho por no haber podido despedirse de la Virgen María y, con toda su alma, expresó su deseo de venerar Su purísimo cuerpo. Cuando se abrió la gruta donde fue sepultada la Virgen María, Su cuerpo no fue encontrado y sólo quedaron las mantas funerarias. Los asombrados Apóstoles retornaron a su vivienda. Al anochecer, mientras rezaban, oyeron un canto angelical y al levantar la vista pudieron ver a la Virgen María suspendida en el aire, rodeada de Ángeles y envuelta en un brillo de gloria celestial. Ella les dijo a los Apóstoles: "¡Alégrense! ¡Estaré con ustedes todos los días!"

Su promesa de ser auxiliadora e intercesora de los cristianos se mantiene hasta el día de hoy y se convirtió en nuestra Madre celestial. Por Su gran amor y Su ayuda todopoderosa, los cristianos desde tiempos remotos la veneran y acuden a Ella para pedir ayuda y la llaman "Fervorosa Intercesora por el género humano," "Consuelo de todos los afligidos" y quien "no nos abandona después de Su dormición." Desde tiempos remotos, y siguiendo el ejemplo del Profeta Isaías y de Santa Elizabet, empezó a ser llamada Madre de Dios (o Deípara) y Madre de nuestro Señor Jesucristo. Este nombre surge como consecuencia de que Ella engendró a Aquél que siempre fue y será el verdadero Dios.

La Santísima Virgen María es un gran ejemplo para todos aquellos que tratan de complacer a Dios. Ella fue la primera que decidió entregar Su vida enteramente a Dios. Demostró que la voluntaria virginidad supera a la vida familiar y matrimonial. Siguiendo Su ejemplo, ya desde el inicio de los siglos, muchos cristianos empezaron a llevar una vida casta con oraciones, ayunos y la mente orientada a Dios. Así surgió y se afirmó el monacato. Lamentablemente, el mundo contemporáneo no ortodoxo no valora en absoluto y hasta se burla de la castidad, olvidándose de las palabras del Señor: "Porque hay eunucos (vírgenes)que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del Reino de los Cielos; el que sea capaz de recibir esto, que lo reciba" (San Mateo 19:12).

Completando esta breve visión de la vida terrenal de la Virgen María, cabe agregar que Ella, tanto en el momento de Su suprema Gloria, cuando fue elegida para convertirse en la Madre del Salvador del Mundo como también durante las horas de Su inmensa pena, cuando al pie de la cruz y según la profecía de San Simeón "un arma traspasó Su alma," demostró tener un pleno dominio de sí misma. Con esto, descubrió toda la fuerza y la belleza de Sus virtudes: la humildad, la fe inquebrantable, el valor, la paciencia, la esperanza en Dios y el amor hacia Él. Por eso nosotros, los ortodoxos, la veneramos con tanta devoción y tratamos de seguir Su ejemplo.

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