Todas las apariciones de
la Santísima Virgen son consecuencia del amor de Dios que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Como toda
manifestación de Dios, cada aparición tiene un propósito específico;
ciertamente que la presencia de la Santísima Virgen va encaminada a nuestra
salvación al recordarnos el camino que nos dejó señalado nuestro Señor
Jesucristo, sin embargo, cada manifestación tiene, dentro de este fin genérico
de salvación, un objetivo concreto y bien definido.
Por tanto, las
apariciones de la Santísima Virgen, las verdaderas, las auténticas, las que
vienen de Dios, tienen un propósito específico que se deja adivinar por una
serie de elementos que las distinguen de las demás, ya sea el contenido de sus
mensajes, ya sea el lugar donde se llevan a cabo, ya sea por las prendas que
aparecen en su vestimenta, ya sea por el número de apariciones que hubo o por
la advocación con la que se aparece, etc.
En este sentido, en las
apariciones de la Virgen en la Salette y en Fátima ya se habla de un llamado a
los apóstoles de los Últimos Tiempos.
En la parte conducente
del mensaje en la Salette se lee lo siguiente:
“Yo dirijo un apremiante
llamado a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo que reina
en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre; llamo
a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me han consagrado a fin
de que los conduzca a mi divino Hijo, a los que llevo, por decirlo así, en mis
brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente, llamo a apóstoles de
los Últimos Tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, que han vivido en
el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el
desprecio y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad
y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Ya es
hora que salgan y vengan a iluminar la tierra. Id y mostraos como hijos
queridos míos. Yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea
la luz que os alumbre en esos días de infortunio. Que vuestro celo os haga
hambrientos de la gloria de Dios y de la honra de Jesucristo. Pelead, hijos de
la luz, vosotros, pequeño número que ahí veis; pues he aquí el Tiempo de los
Tiempos, el Fin de los Fines.”.
La principal vidente de
la Salette, la pastorcita Melania, tuvo una visión que la Santísima Virgen le
mostró sobre estos apóstoles:
“… en otras
partes yo vi a los apóstoles de los Últimos Tiempos. Se trataba de hombres
libres, de jóvenes, que no sintiéndose llamados al sacerdocio, aunque deseando
abrazar la vida cristiana, trabajaban empeñosamente en su propia santificación
y en la salvación de las almas. Eran muy celosos de la gloria de Dios. Estos
discípulos estaban junto a los enfermos que no querían confesarse; estaban en
las reuniones públicas, las asambleas sectarias, y he aquí que estos ángeles
terrestres trataban por todos los medios imaginables de convertirlos, de
conducirlos a Dios, de salvar esas pobre almas, cada una de las cuales tiene el
valor de la sangre de Jesucristo, loco de amor por nosotros… Había también
mujeres que sin atreverse a pronunciar votos de religión, deseaban servir al
buen Dios, trabajar por su salvación y llevar una vida retirada del mundo,
tanto los hombres como la mujeres hacían esta promesa a la Santísima Virgen:
Darse a Ella, y darle, para las almas del purgatorio y a favor de la conversión
de los pecadores, todas sus oraciones, todas sus penitencias, en una palabra,
todas sus obras meritorias.”(León Blois “La que Llora”. Mundo Moderno,
Buenos Aires, 1947).
Por su parte, la Virgen en Fátima
el 13 de octubre de 1917, dijo entre otras cosas, lo siguiente:
“Yo llamo a todos los
verdaderos imitadores de mi Hijo Jesucristo, a todos los verdaderamente
cristianos, a los apóstoles de los Últimos Tiempos. El Tiempo de los Tiempos
llega y el Fin de los Fines si la humanidad no se convierte y si esta
conversión no viene de lo alto, de los dirigentes del mundo y de la Iglesia.”.
Hemos querido citar
estos textos de la Salette y de Fátima para darnos cuenta que desde el
principio de la era mariana, con las apariciones del siglo XIX y principios del
XX existe este llamado de la Santísima Virgen a los apóstoles de estos tiempos;
incluso la Virgen de la Salette le pidió a Melania que se constituyera la “Orden
de la Madre de Dios de los Apóstoles de los Últimos Tiempos”, pero
Satanás y algunos pastores de la Iglesia – cegados por el mismo demonio –
lucharon a brazo partido para impedir que se cumpliera la voluntad de Dios, o
por lo menos, que se cumpliera tal y como lo mandó la Virgen en la Salette.
Así mismo, la Santísima
Virgen a través del sacerdote Esteban Gobbi, habló también de los apóstoles de
los Últimos Tiempos:
“Como apóstoles de los
Últimos Tiempos, deben anunciar con valentía las verdades de la fe católica,
proclamar el Evangelio con fuerza, desenmascarar con decisión las herejías
peligrosas, que se disfrazan de verdades para engañar mejor las mentes y de
este modo alejar de la fe un gran número de fieles.”. (8 de junio de 1991).
San Luis María Grignion
de Monfort
Todo este plan de
salvación para la Iglesia por medio de la Santísima Virgen y con el auxilio de
los apóstoles de este tiempo, fue proféticamente anunciado a principios del
siglo XVIII por Luis María Grignion de Monfort. De sus obras se desprende con
claridad la misión de María Santísima en estos tiempos a través de estos
apóstoles.
Dice San Luis María
Grignion de Monfort:
“María ha producido,
junto con el Espíritu Santo, la cosa más grande que ha existido y existirá
jamás (…): un Dios hombre. Y Ella producirá consecuentemente las cosas mayores
que se darán en los Últimos Tiempos: la formación y la educación de grandes
santos que existirán hasta el fin del mundo.” (no. 35).
Más adelante dice el
santo Luis María: “…porque el Altísimo y su santa Madre formarán grandes
santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad,
como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos. Estas grandes
almas llenas de gracia y fervor, serán elegidas para enfrentarse con los
enemigos de Dios, los cuales descargarán su furia por todas partes. Estas almas
serán especialmente devotas a nuestras Señora, iluminadas por su luz,
fructificadas por su alimento y guiadas por su espíritu, sostenida por su brazo
y cobijadas por su protección. Lucharán derrocando y aplastando a los herejes
con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus
idolatrías y a los pecadores con sus impiedades… a través de su palabra y su
ejemplo atraerán a todo el mundo a la verdadera devoción a María.”.
Para entender con más
claridad la función de estos apóstoles, el libro del Génesis nos dice que
Satanás pondrá asechanzas al talón de María: “… Pondré
enemistades entre ti y la mujer, entre tus descendientes y los de ella. Y tú le
asecharás el calcañar y ella te aplastará la cabeza.” (3, 15). El talón
o calcañar de nuestra Señora al que se hace alusión lo constituyen los
humildes servidores e hijos que Ella suscitará para luchar por su causa y la de
Dios; estos son los apóstoles de estos tiempos y que Grignion de Monfort dice
que serán “pobres según el mundo, rebajados y humildes delante de
todos; hollados y oprimidos como el talón respecto a los demás miembros, pero
ricos en gracia de Dios que María distribuirá copiosamente entre ellos; grandes
y excelsos en santidad delante del Señor, superiores a los demás por su celo
ardoroso, los cuales, apoyados en el socorro divino, en unión con María y
humildes cual otro talón, aplastarán al demonio con todas sus huestes y harán
triunfar la causa de Jesucristo.” (no. 54).
Grignion de Monfort sigue
diciendo que estos discípulos de Jesucristo “serán hogueras
ardientes que propagarán por todas partes el fuego del amor divino…; serán
hijos de Leví bien purificados con el fuego de grandes tribulaciones y bien
unidos a Dios, portadores de su amor en el corazón, que mantendrán encendido
con el incienso de la oración de su espíritu y con la mirra de la mortificación
de su cuerpo…”. (no. 56).
Estos hombres y mujeres
que María irá formando por encargo del Altísimo, “esparcirán la palabra de
Dios y la vida eterna, tronarán contra el pecado, vocearán contra el mundo,
atacarán de frente al demonio y sus secuaces e irán de una parte a otra, en son
de vida o de muerte, con la espada de dos filos de la palabra de Dios…” (no.
57).
“Serán los verdaderos
apóstoles de los Últimos Tiempos – dice Grignion de Monfort – a
quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesaria para
realizar maravillas, que caminarán tras las huellas de pobreza, humildad,
desprecio del mundo y caridad, enseñando el camino estrecho de Dios con la pura
verdad conforme al Evangelio y no con las máximas del mundo… llevando en su
boca la palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte de la cruz, en la mano
derecha el crucifijo; en la izquierda el Rosario; en el corazón los Sagrados
corazones de Jesús y de María y en toda su conducta la modestia y mortificación
de Jesucristo.” (no. 59).
La presencia de
María Santísima en este tiempo es pues un misterio dentro del plan salvífico de
Dios, y en sus apariciones nos anima, entre otras cosas, a caminar por la senda
de la salvación y a protegernos con su manto en estos tiempos de confusión;
pero específicamente viene a preparar a la humanidad para el triunfo de su hijo
Jesucristo y de Su reino. Para lograr este propósito, la Santísima Virgen hace
un llamado a hombres y mujeres que estén dispuestos a librar contra Satanás y
sus ejércitos del mal la batalla de los Últimos Tiempos, apóstoles que se han
venido preparando en estos últimos años en diversas manifestaciones y apostolados
para formar parte de una nueva estirpe de cristianos verdaderos, semilla
digna de las futuras generaciones que poblarán la tierra y que habrán de adorar
a Dios por sobre todas las cosas, pero entrenados sobrenaturalmente para dar la
gran batalla de la restitución final.
Estos apóstoles no son
otros sino aquellos que buscan cumplir ese llamado de Jesucristo: “Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” (Mt 5, 48).
Para lograr este
propósito, la Santísima Virgen en sus mensajes deja establecido un plan de
entrega y crecimiento espiritual para alcanzar esa santidad que, como dijo San
Luis María Grignion de Monfort, “sobrepasarán a la mayoría de los otros santos,
como los cedros del Líbano exceden a los pequeños arbustos”; este plan de
crecimiento está encaminado a alcanzar la plenitud o perfección del hombre y
consiste en lo siguiente:
- imitar a Jesucristo nuestro Señor;
- llevar una vida disciplinada en la oración; por la mañana, al mediodía, por la
tarde y concluyendo el día con el rezo del Santo Rosario;
- ayuno frecuente;
- abstinencia de carne los días viernes;
- llevar una vida de alegría sin fin proporcionada por la gracia de Dios pese a
la cruz y el sufrimiento;
- tener una disposición amplia a la penitencia y al sacrificio;
- hacerse partícipes de la purificación de la humanidad mediante la mortificación
de los sentidos;
- frecuencia de sacramentos especialmente el de la eucaristía que deberá de
recibirse de manera íntima e intensa;
- llevar un apostolado firme, constante y diligente.
Conforme avance el reloj
de la historia en este tiempo la lucha que el demonio está librando en contra
de María y los hijos de María se hará más terrible, pues el demonio, sabedor
que le queda poco tiempo para perder a las almas, redobla sus esfuerzos y ataques…
pero Cristo triunfará y María aplastará con su talón la cabeza de la serpiente,
y serán sus apóstoles los que coadyuvarán a hacer realidad en la tierra en
plenitud el reino de Cristo sobre todos y sobre todas las cosas, a fin de que
Él sea servido, adorado y glorificado.
¿Quizá algún lector está
llamado a ser apóstol de estos tiempos? Probablemente sí, pues es el tiempo de
la hora del seglar, la hora del laico, quien sintiendo en su corazón el llamado
de Dios a su servicio por mediación de María Santísima, han sido escogidos para
librar la gran batalla de estos Últimos Tiempos que Satanás ha desatado en
contra del reinado de Jesucristo. Que esta gracia de María Santísima y la
misión que encomienda a cada uno de estos apóstoles, contribuya aumentar la fe,
fortalecer la paciencia y fomentar la esperanza, porque a pesar de la Gran
Tribulación que se avecinan y de la oscuridad que invadirá a la Iglesia, la
realidad de las cosas es que Cristo nuestro Señor vencerá y se convertirá en
Rey de reyes y Señor de señores, y premiará espléndidamente a todos aquellos
que permanezcan firmes y perseverantes hasta el fin.
“Y todo aquél que haya
dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre,
recibirá el ciento por uno – en esta vida – y heredará la vida eterna.” (Mt 19, 29).
A estos apóstoles fieles
de María Santísima en estos tiempos, por la misma dificultad de la
perseverancia en la fe y por el difícil crecimiento espiritual, le está
reservado grandes premios que Dios nuestro Señor está presto a recompensar -
como se lee en el libro del Apocalipsis -a los vencedores de cada una de
las siete Iglesias:
“Al que venciere será
llamado vencedor y gozará del Árbol de la Vida que está en el centro del
paraíso de Dios.” (Apoc 2, 7).
“Al que venciere se
le dará un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe.” (Apoc 2, 18).
“Al que venciere se
le entregará el lucero de la mañana, esto es, Cristo mismo.” (Apoc
2, 28).
“Al que venciere, Cristo
se le declarará por ellos delante de su Padre y de todos sus ángeles.” (Apoc 4, 5).
“Al que venciere Cristo
le dará el poder sobre las naciones.” (Apoc 2, 26).
“Al que venciere, será
revestido con vestiduras blancas y brillará como el sol en el reino de su
Padre.” (Apoc 4, 5).
“Al que venciere se
le hará columna en el santuario de Dios, del que no saldrá ya jamás.” (Apoc
4, 2).
“Al que venciere
Cristo le grabará en su frente el nombre de Dios, de la ciudad de Dios, la
nueva Jerusalén que baja del cielo enviada por Dios y el nombre nuevo de Jesucristo,
el verbo del Padre, el amén del Padre.”
Y finalmente,
“Al que venciere,
Cristo lo sentará en su trono, como Él también venció y se sentó con su Padre
en su trono.” (Apoc 4, 21).
El que tenga oídos, oiga
lo que el espíritu dice a las Iglesias.
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